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viernes, 28 de septiembre de 2018

BURBUJA




 
 
He conseguido establecer las motivaciones básicas del ser humano en lo alto de la escala social. Me refiero al ser humano español, pues me pilla más cerca. A nivel político, hombres y mujeres buscan mantenerse en sus cargos el mayor tiempo posible, con el fin de reducir las desigualdades promoviendo una sociedad más justa.
En el plano eclesial, se pretende impregnar a los feligreses de espiritualidad, evitando el materialismo y la concupiscencia que no conducen a nada bueno más allá del bienestar y del placer. La tarea de los clérigos consiste en imprimir los ideales religiosos desde la más tierna infancia. La frase “dejad que los niños se acerquen a mí” resulta paradigmática, aunque en ciertos casos la proximidad se les pueda ir de las manos. Nunca mejor dicho.
En tercer lugar, la clase empresarial, motor del progreso y de la riqueza, tanto por parte de las grandes empresas como de las pymes. Más correcto sería definirlas como pomes (no se puede ser mediana y pequeña al tiempo, hay que concretar la dimensión). Pymes o pomes, generan la mayor parte del empleo, precario y mal pagado en estos momentos. Hay lo que hay, no le demos más vueltas. Al menos los menores ya no trabajan en las minas.
Si tuviera que establecer un nexo común entre las tres estructuras, no sería tanto su capacidad de influencia como el hecho de que ninguno de sus integrantes sufre el problema de la vivienda. Desde el presidente del Gobierno al más humilde párroco rural, pasando por el promotor que se queda los áticos para sus hijos, la recurrente burbuja especulativa no les afecta.
A mí sí me afecta, y a cantidad de mis parientes y amigos. No hemos sabido situarnos en ninguno de los tres poderes. Así nos va.
Llevo tiempo buscando habitáculo en una gran ciudad. Descartada la compra, por causas sólo imputables a mi bolsillo, me he lanzado a la caza de un piso digno en alquiler. Digno pero pequeño, pues no me alcanza para más.
No saturaré al lector con mis vistas permanentes a portales especializados. Ni con el torrente de sugerencias que de ellos me han llegado. Un anunció llamó poderosamente mi atención y pedí de inmediato una cita. Los chollos vuelan.
“Estudio muy luminoso y acogedor en zona muy bien comunicada. Sin habitación, 28 m2 construidos. Altillo con escalera plegable, que permite acceder a un espacio adicional y abuhardillado de 8 m2, perfectamente utilizable como dormitorio. Ideal para parejitas que valoren la intimidad en su sentido más literal. Por ello no precisa calefacción. Aire condicionado a que se abran las ventanas. Cocina integrada, que permite disfrutar de los aromas gastronómicos sin barreras arquitectónicas. Cuarto de baño con plato de ducha muy adecuado para vivir estrechamente los preludios amorosos. 750 euros al mes con dos de fianza y uno como comisión de agencia. Imprescindible aportar nómina”.
Al cabo de dos horas de espera en la cola, que llegaba desde el portal al tercer piso sin ascensor, el luminoso estudio entró en subasta como una lonja de pesca inmobiliaria. Cuando me llegó el turno, se pedían 950 euros. Me sorprendió que el inmueble no dispusiera de mesa de comedor ni de sillas. Este fue el argumento de la agente inmobiliaria:
—Hemos conseguido el óptimo minimalismo. La taza del WC es de dos plazas y multifuncional. Situada frente al televisor, que puede utilizarse como espejo cuando está apagado, permite llevar a cabo todas las funciones de la vida cotidiana: comidas, lectura, entretenimiento, necesidades fisiológicas…
Estaba a punto de firmar el contrato, cuando un joven hipster se me anticipó con 3.000 euros en billetes de 200.